jueves, 17 de enero de 2013

Hablando con las piedras.





Hablando con las piedras
Un relato de Jorge I. Duret



1. Duerme, duerme...
Soy de esos, sí: de los que dicen dormir poco, no necesitarlo, que si duermo con un ojo abierto, que si dormir es morir un poco, perder el tiempo lastimosamente, bla, bla bla... lo cierto es que cuando me abandono en brazos de Morfeo, éste me achucha de tal manera, que caigo como un tronco en mitad del oscuro bosque recóndito: con un ruido sordo, pero a plomo, inexorablemente y terminando con la vida que pille bajo su desplome letal. Me duermo, vamos, como una piedra: inerte, sin posibilidad aparente de volver a ser uno entre los vivos, desconectado de la vida y el mundo. Frito.

No pasa así con todo el mundo.
Ella, por ejemplo, duerme graciosamente. Su pecho sube y baja, y su sinusitis, aun cuando no está en flor, da pequeños respingos de aviso, de anuncio de su existencia, como pidiendo a su anfitriona que no la olvide.

Viajábamos en tren, en el extemporáneo expreso nocturno que parece de cuando aquello de "siempre sobre la madera de mi vagón de tercera". No es madera, no tanto, son sillones de skay; un departamento de 6 sillones enfrentados que nos prometen una incómoda noche a todos.

Somos seis, claro, a bordo de este departamento. Ellos cinco viajan juntos. Nerve, el padre, es un hombre tranquilo, parece seguro de que nadie le va a contradecir. Su mujer se llama algo como Cris, o Kiss, o algo parecido, no lo he oído bien. Parece no hacer demasiado caso a su marido, a quien da la sensación de respetar porque se lo prometió hace unos cuantos años, pero hoy, se nota, le quedan pocas ganas. Tiene esa clase de tristeza profunda y enraizada, que trata de disimular, inútilmente, al fin, con amabilidad. Los niños, para mí, son un misterio: no he tenido niños, no pienso tenerlos, y nunca he comprendido su mundo. No sé si es que yo nunca fui niño, pero ni me acuerdo de tener esa forma tan rara de pensar y reaccionar, ni quiero entenderla: caigo mal a los niños y a mí no me importa demasiado, ni hago nada para ganármelos. Suelen dejarme en paz y eso es la mejor forma de relacionarnos: passando each other, como si fuéramos idiotas.

Y ella. Ella... caray. Me la han presentado como su cuñada, de los dos, así que será, supongo, la mujer de un hermano de alguno de los dos. Como si se tratara de niños, no les he preguntado nada más: me interesa ella, pero me importa un bledo la relación que tenga con Nerve y Cliss, o como se llame, y menos aún con sus sobrinos, a los que espero no esté demasiado unida. Pero, maldita sea, lo está.

Suele pasarme una cosa de la que no estoy demasiado orgulloso: para conquistar a una mujer no me importa degradarme u olvidar mis principios y, como aquél, tengo otros, llegado el caso. Soy capaz de comer queso (aunque tenga que vomitar a escondidas), ver concursos en la tele (aunque tenga que vomitar a escondidas), bailar sevillanas (aunque... etc.), o, en el caso de Selena, que así se llama, si como parece, quiere mucho a sus sobrinos y les hace mucho caso, puedo hasta contarles un cuento. Es lo que he hecho: al darme cuenta de que Selena quiere mucho a sus sobrinos, me he olvidado de lo que me fastidian los niños y les he atizado un cuento para dormirles, con espectaculares resultados: he dormido a todos, no sólo a los niños.

Ha sido un cuento poco admirable, la verdad, con demasiadas concesiones al pensamiento contemporáneo correcto (multiculturalidad, feminismo, buenismo con los animales, todo ese rollo), y con poco cuidado con los detalles que dan gracia a los relatos, y más interés por el pulso narrativo, la documentación falaz y el color local. Una mierda de cuento, vamos, pero educativo en el pensamiento general, el típico cuento que aprueban los psicólogos y los didactas aficionados, que aburre a ovejas y niños, y que me ha servido para colocar palabras de muchas sílabas, dar la sensación de que soy muy culto y, en fin, dormir al personal.

Antes de caer, habíamos, más o menos, acordado que debíamos consentir al que está enfrente, que apoye sus pies en nuestro asiento, soportando, en su caso, el eventual olorcillo u otras molestias.

Para que te posiciones: los niños están uno enfrente del otro, en los asientos del pasillo. Nerve y Cuiss, o como se llame, también enfrentados, en los asientos centrales, con la triste mujer a mi lado. Selena está enfrente de mí, y ambos ocupamos los asientos de la ventana, yo de frente a la máquina y ella de espaldas al sentido de marcha. Yo, entonces, desde mi window seat facing engine, miro por la ventana el aburrido paisaje, árboles, montañitas y un sol que cayó languideciendo sin ser capaz de teñir mínimamente el horizonte. Ya sin sol desde hace un buen rato, trato de concentrarme en su luz ausente, pero latente aún como un invitado que se resiste a marcharse, en el recorte nítido de las rugosidades del horizonte, cuando noto que los delicados pies de Selena, que ejercen de frontera entre su cuñada y yo, se pegan a mi muslo y me empujan con insistencia.
Sorprendido, miro a la dueña de estos pies descarados y pujantes, pero parece dormida y estar soñando. ¿qué puede estar soñando? Seguramente sueña que está en un tren haciéndose la dormida e incordiando con los pies a un desconocido, porque la insistencia con la que pega sus pies a mi pierna, no me deja otra explicación. Cris o como se llame, la cuñada de Selena, tiene unos pies preciosos y los de Selena son casi tan bonitos como los de su cuñada, pero los pies de Kiss descansan en el regazo de su marido, lejos totalmente de mi alcance, y los de Selena, caramba, no dejan de frotarse contra mí.

Dejo caer mi mano izquierda sobre los pies que escrutan mi flanco inferior izquierdo y dejo que mi mano se asiente con delicadeza, pero firmemente, sobre su pie. Como no lo retira, decido avanzar un poco, y empiezo a acariciar suavemente su empeine. Llámame loco, pero creo advertir en ella un estremecimiento y la situación se vuelve profundamente sensual por momentos.

La caricia va, paulatinamente, convirtiéndose en franco masaje y su respiración se hace profunda y se acompasa a las presiones firmes de mis pulgares. A los selectos tironcillos sobre cada uno de los dedos de sus pies y algún leve -muy leve- suspiro se escapa de sus labios.
Cojo mi manta de viaje y la pongo sobre mi regazo, porque mi siguiente movimiento es colocar sus pies, ya sin ambages, sobre mis piernas y bajo la manta, y así poder masajearla a gusto y a fondo... y a escondidas de miradas indeseadas. Selena parece seguir durmiendo, aunque a mí me resulta ya difícil creer que mis toqueteos no la hayan despertado hace ya rato.

Sigue el tachán-tachán del tren, ritmo mecedora, y yo me atrevo a subir los pies de mi inesperada aventura ferroviaria y besarlos, mordisquear sus dedos mientras ella, ya estoy seguro, sigue fingiendo dormir.
La última frontera: no queda ya nada más íntimo entre su sustento y mi otro cerebro. Amaré, pues a esta dorable pareja con suavidad e ímpetu creciente. Acaricio y me dejo hacer, froto y la hago hacer. Las dos piezas maestras, las aladas peanas, sustentan la columna y la hacen crecer, vigorosa y vibrante, enhiesta y erecta como una manguera ansiosa por regar el jardín inadecuado. Durante veinte minutos, pierdo la noción del espacio y el tiempo, de las compañías y los inconvenientes; de los ritmos y los jadeos del tren y sus viajeros. Viajamos sin tregua, exploramos sin pausa, yo soy consciente de ella, acelero y acelero, ¡vamos en una centella!

La locomotora resopla con un suspiro estremecedor y el tren, simplemente, se deja ir, sin freno, a tumba abierta, dulce apagarse sin ton ni son.
Guardo mis razones exhaustas y un poco doloridas, dejando mi alma y mis ansias satisfechas y plenas. Sus pies, guiados por mis manos, ahora suaves otra vez, vuelven a su fronterizo estado acordado, y mi mano vuelve a acariciarlos con la delicadeza del pitillo que se enciende después de amar.

Lentamente, ella, ahora sí, se duerme. Y yo. Y despiertan los demás.
Y Nerve no me molesta y me hace gracia su pesadez; y de Cris o como se llame ya no me importa ni su pena ni sus pies. Los niños, los molestos niños, no existen en esta mañana plena de luz, de alegría y de un silencio sólo ligeramente culpable.

Porque anoche, mientras el mundo dormía, yo desperté, y ella también, aunque dormir fingía; y, qué quieres que te diga, cómo quieres que te lo explique. Nadie se siente más afortunado que yo: porque anoche, ¡ay anoche! le hice el amor a sus pies.



2. Re-election day
Llegamos a Washington (¿Whasington.... Was-in Town... Washing Tone...?) a las siete de la mañana siguiente a mi aventura ferroviaria con los piececillos de Selena, con mi espíritu elevado a la altura de sus pulgares regordetes y, admitámoslo, más hambriento que el león al que se le escapan los ñus en los documentales. Como enviado especial de un periódico on-line cutrecillo, mis dietas no eran precisamente ilimitadas, sino más bien dietas a dieta, así que, con la excusa del sabor local auténtico, y con gran dolor de mi corazón, dejé que Selena, enviada de una revista esotérica, pero de verdad, de las de papel,  se marchara a desayunar a algún sitio famoso de piriodistas y quedé con ella en que nos veríamos en la embajada, en el almuerzo para los medios previsto para la una de la tarde.

- Yo voy a caminar, cielo, la verdad es que odio llegar a un sitio y meterme en un coche o un taxi, voy a patearme la capital del imperio- dije, en un patético intento por parecer mundano- nos vemos en la embajada

Lo cierto es que soy un bocazas. Sí, lo sé, hay cicuitos "a pie", pero esta ciudad es más bien para limusinas. Yo no iba preparado para caminar, además, y mis zapatos me estaban fastidiando ya a la media hora de caminata.

Un grupo de negros raperos o algo por el estilo se divirtió a mi costa un rato, haciéndome acelerar el paso e iniciar alguna indigna carrera incluso, para que me dejaran en paz, mientras oía sus nada compasivas risotadas de negro truculento resonando en mi cabecita de blanquito europeo, y haciéndome sentir muy disdechado por: a) haber juzgado impropio de mí, un protointelectual pomposo y satisfecho, una correcta preparación física y en defensa personal y b) haber mentido con respecto a mi conocimiento del inglés. El "inglés medio" de mi CV era claramente falaz, y si no hay peor mentira que una verdad, no hay nada más desesperanzador que medio entender lo que te dicen, entre otros, los negritos risueños que llevan un rato dándome la mañana.

Cuando se cansan de mí, yo estoy claramente arrepentido de haber optado por la ruta a pie y gustoso, a pesar de mi precaria situación, hubiera pagado un taxi para ahorrarme este penoso paseo. Esperaba encontrar un carrito de hot dogs de esos de Central Park, pero nada de eso hay en mi desesperante caminata, aunque no hay esfuerzo sin premio, que decía mi falible abuela, así que termino visualizando, invadiendo mi campo visual y tiñendo de esperanza mi demacrado ánimo, The Hill.

Una visita a Washington no estaría completa sin el recorrido por The Hill, o la colina del Capitolio. Además del impresionante edificio del Congreso, comentaré, con la esperanza de que no se note demasiado que acabo de copiar este párrafo de una web turística, que el barrio tiene valores muy interesantes heredados de una vida muy activa desde el siglo XVIII. Debemos incluir las barracas del Cuerpo de Marines y la Casa del Comandante. Y no dejemos de visitar el Eastern Market donde cada día se ofrecen especialidades culinarias de todo el mndo como el sandwich de cangrejo, los cojones de canguro en vinagre, cannoli, quesos frescos o carnes variadas.

Hoy es el día. Los norteamericanos eligen entre darle cuatro años más a Obama o cambiar a Romney. Cualquiera diría que ganará Obama, pero la apuesta de mi periódico es Romney, y eso es lo que yo debo defender en mis crónicas. Debo actualizar el blog "Esperanza Republicana" cada dos horas y, según las instrucciones de mi jefe, mis crónicas deben destilar optimismo e impulsar a los indecisos a votar por Mitt, y yo no tengo ni idea de cómo sugerir eso, comono sea rogando abiertamente: vota a Romney, ¿vale? A mi favor está el que mi jefe es demasiado vago como para leer cualquier cosa más larga que un tweet, y demasiado capullo como para entender nada, especialmente la realidad, transmitida en código alfabético. Que no le gusta leer, vamos.

Voy enviando mis crónicas y según avanza el día de las elecciones, resulta más patético fingir que el amigo Mitt tiene alguna esperanza, así que mis actualizaciones toman un sesgo culinario absurdo: no tengo pasta para probar las cosas de las que hablo, de modo que hablo de las fotos de los platos que los restaurantes para turistas ofrecen en la puerta de sus locales. Un nada selecto catálogo de platos que me comería ahora mismo. Toda mi esperanza está en el almuerzo de la embajada.

Mi vida entra en una especie de letargo preventivo de unas cuantas horas; se trata de ahorrar energías (las que tan espléndida y graciosamente malgasté a los pies de Selena last night) y tratar de recuperarlas en el bruch de la embajada... con la esperanza de volver a perderlas si las cosas con Selena van bien.

Fracaso absoluto. Selena no me hace ni caso. Hay piriodistas de verdad que resultan más sexys que yo, así que, sabiendo lo miserables que son los plumillas, así, tomados en conjunto, podéis haceros a la idea de lo cutre que resultamos mi piriódico on-line y yo en un brunch para la prensa española en la embajada española en Washington. Eso sí: me lo como todo.

Gana Obama. Me llaman del periódico para decirme que no hace falta que siga actualizando, que van a cerrar. Como estoy acostumbrado a intoxicar sea cual sea la realidad, lo primero que se me ocurre es el enfoque tóxico: Obama produce paro y no sólo en Estados Unidos. Qué triste es ser piriodista.

Estoy esperando el tren en la estación. Estoy despedido. Los negros están felices. Los hispanos, se supone, estamos felices. Los demócratas están felices. Imagino que los progres en España están felices y el que haya ganado Obama, al menos, nos ahorrará los clásicos análisis sonrojantes desde España, condescendientes con la estupidez estadounidense por empeñarse en votar lo que les apetezca a ellos y no votar lo que nosotros encontramos natural, o sea, progre. O sea, que tiene cosas buenas que gane Obama, y este sesudo consuelo, que no puedo publicar en mi extinto periódico on-line, se lo regalo a la prensa liberal.

¡Qué lejos queda Selena!









3. Sólo queda mirar
De vuelta de los Estados Unidos, sin compartir la emoción mundial por la reelección de Obama, sin trabajo y sin planes que acometer a corto plazo, me centré en poner mi vida, mi cabeza y mi alma en orden, y en dar sentido al batiburrillo de emociones en que se había convertido mi vida. Necesitaba calmar mi ansiedad, realizarme como ser humano, cumplir mis sueños. Por decirlo en pocas palabras, necesitaba volver a contactar con Selena y tratar de acostarme con ella a toda costa.

De Selena tenía el recuerdo de sus pies, el teléfono -conseguido de forma deshonesta, pero conseguido, al fin y al cabo- y la casi seguridad de que ella no compartía el entusiasmo por nuestra aventura ferroviaria, ni mis esperanzas de repetir, cuando no ampliar, nuestras relaciones. Para ella era, esa es mi impresión, un capítulo antiguo, hoja pasada, historia olvidable, si no ya completamente olvidada.
En mi casa mis cosas seguían en su sitio y nada de todo lo que conformaba mi vida paracían ser consciente de la nueva situación. Por ejemplo, ahí estaban mis guitarras, pulcra y tranquilamente expuestas en su rincón habitual, totalmente inconscientes de que la cosa había cambiado, que tal vez tuviera que vender algunas de ellas si no encontraba trabajo pronto.

Estuve un rato de pie, frente a ellas, pensando en cada una y en todas en conjunto y valorando cuál de ellas me acompañaría durante los próximos minutos en mis momentos más íntimos de creación y  desestima de materiales de desecho: finalmente me decidí y me llevé la acústica al baño. Normalmente me inclino por la lectura, pero nunca desdeño el impacto emocional de unos buenos acordes sentado en la taza de la vida, porque la acústica y la reverberación del cuarto de baño favorecen la euforia musical y, porqué no decirlo, el tránsito intestinal fluido.

Puede que a ella, mi diosa pedestal, no le haga demasiada gracia que la evoque en semejante situación, así que tengo que apuntarme en algún sitio el no contarle a ella, oh musa de mis sueños, que me inspira para aliviar mis tripas, porque no me sorprendería que le sentara mal. He sabido que a las chicas no les gustan estas cosas. Prefieren ser evocadas mientras miramos un acantilado que mientras nos masturbamos, preguntadles a ellas porqué.

Obré pues, en paz musical, y pasé del trono a mi cocina, una secuencia que, ahora lo sé, debería haber ahorrado al desavisado lector, para evitarle conexiones indeseadas, y después de haber hecho una exploración visual rápida de mi nevera, decidí que era mejor salir a comer fuera. Antes de salir, no obstante, me senté en el ordenador, vamos, frente a él, y le mandé un mensaje a Selena: Hola, guapa; Esto es por si los astros se alinean. Tú crees en esas cosas, ¿verdad? voy a comer en El Cruce, un restaurante que sé que frecuenta, por estar junto a su revista, si te apetece, pásate, comemos juntos y hablamos. Y si no te apetece, o no puedes... pues nada, mala suerte, los astros no se habrán alineado a mi favor. Un beso.

Llegando al Cruce, me encontré con Saturnino Nino Balerma, antiguo compañero del colegio y editor de la revista Hablando con las Piedras, en la que trabaja Selena. Me saluda con franqueza y campechanía, con esa confianza que sólo los triunfadores saben mostrar con quienes no la tienen, hacemos la coreografía habitual de golpeteos machotes de salutación y pasándome la mano por los hombros, me conduce al interior del local.

No sé si ha leído mi email, pero Selena está en la barra, con Benny Vidal, el informático de la revista, una persona extraordinaria, y extraordinariamente sosa, también. Nos ven y noto en Selena una mueca de fastidio reprimida, si bien no puedo asegurar si es por verme a mí, el pesao que la atormenta últimamente, o por ver a Nino Balerma, su jefe con quien, sospecho, no tiene la mejor relación. Me da igual, la oportunidad de hacer piececitos con ella mientras comemos mientras Nino monopoliza la conversación y Benny está ausente, como suele, me basta. Pero Selena se inventa una patética excusa y se va según llegamos nosotros y me deja abandonado en mi peor pesadilla: un antiguo compañero de colegio que me cae mal, triunfador, expansivo y parlanchín y un tío sano y mortalmente aburrido con quien no tengo ganas de hacer buienas migas, pero a quien envidio la cercanía que, sólo con verlos juntos, he adivinado que tiene con Selena.

La comida es letal. Me quedo porque paga Nino y porque no pierdo la esperanza de que Benny se largue y poder, al menos, pedirle a Nino que me dé trabajo, porque mi situación va a ser desesperada en pocas semanas. Pero no ocurre ninguna de esas cosas, aunque a última hora, consigo que me invite a una reunión con los redactores para un proyecto nuevo en el que, tal vez, pueda colaborar. No me interesa nada participar, pero podré estar junto a Selena y eso es lo único que le importa al cerebro que guardo tras la bragueta.

Subo al despacho con Nino y al pasar por la redacción obtengo un atisbo de Selena con un café y me ha parecido que me sonreía. Me cuenta lleno de entusiasmo no sé qué diablos sobre un especial que van a hacer sobre un tema que no me puede interesar menos: experiencias paranormales que han tenido personas a las que les han sido trasplantados órganos de otras personas. Le pido, al llegar a su despacho, si me puede dejar entrar en internet un momento para consultar el correo.

- ¿No tienes iPhone? -  me dice, como quien se extraña de que no tenga, no sé... un techo bajo el que dormir
- Pues no... ni tengo Smartphone, ni tableta ni nada de eso - digo, tratando de parecer sueltecillo, pero consiguiendo sólo parecer un pringao - ¿me dejas mirar, por favor?

Me siento en su ordenador y abro gmail. Veo algo que me hace feliz:
Los astros se alinearon sin saberlo, nos encontramos allí antes de leer yo esto.
Un besazo llenico de buenas intenciones
Vaya... Selena no me odia.

En la reunión no dejo de mirarla y ella, al verme tan colgao, ríe y escapa de mis miradas sombrías y enamoradas. Vale, puede que esté más salido que enamorado, pero en mis miradas hay un poco de todo. Mirar: eso es todo lo que, por ahora, puedo hacer.



4. PainStorming: la reunión de los dolores
La reunión se desarrolla con sorprendente agilidad. Toma la palabra Liker Ximena, experta, por decir algo, en redes sociales y esoterismo; Liker es la ponente principal, y plantea el asunto con eficacia mitinesca. Sin centrar el tema, disparando al aire con metralleta, haciendo gala de un desprecio olímpico por el rigor pero, eso sí, con un dominio absoluto de los tiempos y de los resortes sentimentaloides del discurso.

- Hace unos días, comiendo en El Cruce con Nino, nuestro director, hablando de nuestras cosas, comentábamos experiencias que hemos tenido ambos, asi como conocidos de los dos, acerca de gente que ha sufrido operaciones de transplante de órganos, de receptores... (Nino me pasa una nota: "Mentira, sólo hablamos de dinero")

- ... y sobre las sorprendentes experiencias que han sentido, supuestamente, al tener sensaciones y experiencias que pertenecían o eran propias de los donantes...

Vale, efectivamente, no podía interesarme menos la reunión, pero asisto a ella porque Nino me ha propuesto una colaboración especial con "Hablando con las Piedras"(HcP), la revista esotérica que él dirige y edita. La revista se publica con solidez de ventas y publicidad una vez al mes. y cada tres meses, publican un especial "a fondo". Bien, Nino es un tiburoncillo de los negocios y es un hábil editor y un director con olfato, como demuestra el milagro que ha conseguido con HcP. Pero, a pesar de todo eso, Nino se siente con respecto a su trabajo, como se sentiría un profesor que da clases de pedofilia. Le permite vivir bien y tener un trabajo interesante y divertido, pero detesta lo esotérico, así que ha pensado que en esos especiales trimestrales podía participar una especie de voz disonante, que haga como de conciencia crítica. Un viejo truco que se usa en los medios de comunicación para dotar de legitimidad un contenido. Por ejemplo, una tertulia con una marcada tendencia izquierdista o derechista, contratará un tertuliano de tendencia contraria para presumir de tolerancia. Bien, pues Nino me ha contratado a mí para que haga de pseudocientífico escéptico. La partícula "pseudo" en este caso es importante: mis reparos y objeciones deben ser entusiastas, pero no demasiado sólidos ni, por supuesto, incontestables. Pero debe parecer que en la revista se da voz a la Razón y a Ciencia. Por eso estoy aguantando como un machote en esta reunión. Bueno, por eso y por ver si hago que Selena me tome en serio, acaso ocasionalmente, como posible amante.

- ... algunas cosas de lo más sorprendente - sigue diciendo Liker - como por ejemplo, gente a la que no le gustaban las verduras, de repente, se volvían adictos al brécol...

Miré a Nino para buscar un cómplice que se ría conmigo, pero está hablando por el móvil. Busco a Selena y le pongo cara de ¿oyes lo que dice esta pájara? mientras la señalo, pero claro, he incurrido en lo que los cabezas de huevo de la estrategia mundial empresarial llaman EEA, Elección Errónea de Aliados, porque Selena está mágicamente buena, tiene unos pies que hacen pura magia, pero quizá ese, la magia, sea el problema. Todo esto del mundo mágico y todo eso parece importante para ella, así que ignora mi compadreo vacilón y yo, en fin, trago saliva y trato de parecer interesado también en las majaderías que dice Liker porque, creo que ya lo he comentado: el asunto de los principios no es mi punto fuerte

- ... Selena, si te parece, puedes ir tú a hacer este trabajo. Francamente, necesitamos a nuestro mejor redactor... o sea, redactora, para esta entrevista. ¿Puedes ir tú a hacerla? Piensa que lo que diga Isabela es el punto fuerte de este especial.

Miré a Selena. Dios qué guapa está con esa media melenita. Y qué profesional parece. Ya me gustaría tener a mí la mitad de ese aspecto profesional, seguro y confiable, me habría ido mucho mejor en la vida... y tendría un trabajo, y no tendría que estar arrastrándome para que me den las migajas del trabajo de un sitio que detestaría si me estuviese permitido. Selena toma la palabra

- Bueno, de acuerdo... voy, pero acabo de volver de Washington, y no sé...¿quién es esa Isabela? ¿a dónde tengo que ir ahora...? sabéis que odio el avión... lo llevo fatal

- No creo que haya problemas - dice Liker - Isabela Balsa es pintora y vive en el Cabo de Gata, en una casa en un acantilado que te va a encantar... puedes ir en tren

Vaya, el tren, la playa, Selena en chanclas, seguramente, esto se pone interesante. Me imagino a Selena con su pareo y su bañador, paseando descalcita por la playa en la puesta de sol, y yo a su lado intentando no parecer demasiado interesado en el asunto, y esperando que la playa sea de arena, porque si es de piedrecitas, lo llevo fatal, porque me gusta caminar justo por donde la arena está mojada, y algunas olas te mojan los pies, pero nunca sé si es mejor andar con chanclas o descalzo y bueno, prefiero la arena blanca a las piedras, qué quieres que te diga. Además, ante un eventual revolcón, por ejemplo, la arena es más confortable.¡Acción! Escribo un papelito y se lo paso a Nino; el papelito dice: "acabas de tener una gran idea: voy con ella a la entrevista".

- Un momento - dice Nino, levantándose - acabo de tener una idea: Wolffo acompañará a Selena, ¡es perfecto!

- Vale... -dice Selena, mostrando, más o menos, una milésima del entusiasmo que me habría gustado ver.

- ¿Wolffo...? - dice Liker - ¿Va a trabajar con nosotros? - debo decir que bueno, antes del  trabajo en el periódico cutre  on-line, Wolffo Diesel tuvo su momento de gloria como piriodista y los profesionales del sector, los más metidos en el ajo, aún me recuerdan. Decir que me consideran sería demasiado.

- ¿Os acordáis de lo que hablamos en la última reunión del consejo de redacción? La contrafigura escéptica para los especiales... es él, Wolffo, es perfecto, ¿no?

- O sea que iba en serio - dice Liker - pensé que esa idea era una broma... una más de tus genialidades que se quedan en las actas sin pasar a las páginas de la revista... - desde luego, esta Liker es una figura fuerte en la revista, no se calla, la muy puta, perdón, la muy descarada, ni debajo del agua, ni delante de su editor-director.

- Claro que iba en serio, Liker -dice Nino, que parece acostumbrado a los mandobles de Liker - Piénsalo un momento.

Debo decir que me sorprendió lo que dijeron las dos mujeres en cuestión.

- A mí me parece bien - dijo Selena sonriendo, que parecía divertida con la situación y no llevarse demasiado bien con Liker.

- Vale -concedió Liker-, supongo que si vamos a hacer esa locura de meter la crítica en nuestra propia casa, desde luego, Wolffo es el tipo indicado. Bienvenido, Wolffo.

A partir de entonces, claro, todo cambió. Empezó a interesarme la reunión. Es curioso el efecto que tiene el trabajo en las personas. Quiero decir que cuando vi que la cosa tomaba cuerpo, dejé -casi por completo- de mirar el escote de Selena, porque la idea me parecía genial.
Lo que había pensado Nino era una gran idea.  Básicamente, la entrevista iba a ser el plato fuerte del gran reportaje trimestral de la revista. Debíamos entrevistar a Isabela Balsa, una mujer que hasta hacía dos años había trabajado como litigante imbatible para un bufete importante de Granada. Llevaba una vida como uno se imagina en un abogado de éxito, hasta que tuvo el accidente. Perdió los ojos, el bazo y el corazón y tuvo la suerte de que todos esos órganos le fueron transplantados.
Desde su recuperación, abandonó el ejercicio de la abogacía y se dedicó a la pintura -con cierto éxito y alabanzas por parte de la crítica- y se retiró al Cabo de Gata a dedicarse a su arte y a la otra vida.

Debíamos entrevistarla ambos, Selena y yo, ella con la tesis de que los ojos, y el corazón, que le fueron transplantados cambiaron su percepción y sus sentimientos sobre la vida; yo debía objetar esos argumentos, claro. El único momento en que, de hecho, trabajaríamos juntos sería el de la entrevista, en la que ambos podríamos hacer las preguntas  que habríamos preparado por separado, y grabarla.

Luego, con el mismo material, la grabación, ambos elaboraríamos un artículo que defendiera nuestra tesis. El hecho de que trabajáramos por separado con el mismo material era interesante y, además, nos impedía manipular las respuestas, pues debían ser las mismas en los dos artículos.
La idea y el enfoque me parecieron geniales. Y entendí un poco más el éxito de Nino, mal que me pesara.

O sea, que ya véis: me voy con Selena y sus piececitos al Cabo de Gata. Vine a ver si coincidía con ella para una comida y ahora tengo esto. como en la canción, con dos flechas, tres dianas. Eso es magia y precisión.




5. Un eMail desde las piedras
(espero que haya llegado este email a la bandeja de entrada de Selena; espero que no se enfade conmigo y que me siga el juego)

Es así...vendréis un día y recordaréis cada una de nosotras, sencillas piedras de playa, que vuestros pies pisarán a partir de mañana. Prevemos ya todo lo que habéis sentido al rozaros con nosotras y, a pesar de todo, de vuestros amores y desamores, de vuestros frenos y horizontes, del túnel de los instintos legendarios y del dragón de siete cabezas que quiere explorarlo, a pesar de todo, terminaremos por ver juntos cómo amanece.
Escuchadnos.
Oídnos cantar; acompañadnos como mejor sabéis: tú moviendo tus manos y tus caderas con tus bailes inimaginables, sensuales, finales, y él, tañendo hipnotizado su guitarra mientras te mira bailar, descalza sobre las piedras, desnuda y recortada contra la noche de estrellas.
Veros bailar, oíros tocar es nuestro privilegio, y esto no ha hecho más que empezar.

Viajad juntos, pues. Venid.


(tres días después recibo mi ansiada respuesta:)

Mira que eres cursi.
Más que una zapatilla de pelusa rosa.
Mañana, en Atocha, a las 7 y media, en la cafetería. No llegues tarde.




6. A sus pies, señora

El Talgo a Almería sale a las ocho. Selena, en su amable mensaje, me dice que no llegue tarde. Son las seis de la mañana y ya estoy en la estación. Este dato no debe trascender, anoto mentalmente. Selena tiene los billetes. Selena tiene la gracia, tiene el poder, tiene los pies hábiles. Selena tiene todo lo que yo quiero. Selena no tiene prisa. O, al menos, no tiene el ansia viva que yo tengo por que empiece la fiesta.

Siempre me han gustado las estaciones de tren. Mucho más que los aeropuertos. El tren tiene... tachán-tachán... tiene una cosa que no tienen los aviones, los barcos, los coches o autobuses. El tren tiene esa lentitud, ese camino, ese ritmillo tachán-tachán... , que no tiene nada más. El tren tiene literas, revisores, vagón restaurante; el tren tiene historias, tiene épica y tiene viajeros con los que un avión no puede ni soñar. Selena sería distinta en un avión. Sus pies no serían, pardójicamente, tan volátiles. El tren mira al futuro, si te pones en la máquina; y tiene punto de fuga si te pones en el furgón de cola, mirando alejarse la intersección de las vías. El tren vuela pegado al suelo, raíles inmunes al aburrimiento, sol de mediodía, luna de medianoche, tachán-tachán...y piececitos traviesos de ángel dormido.

Todo eso tiene el tren. Y a todo eso, además, hay que sumarle en las estaciones miles de acompañantes ansiosos de encontrar la mítica y la estética de todo esto. En las estaciones de tren hay gente despistada y hay, ¡ay, joder!, gente que... vaya, no iba a contarlo, pero, ¡qué caramba!

Al salir del baño, me tropiezo con mi ex. Ex jefa, ex pareja, ex mejor amiga. También es mi ex... ¿cómo decirlo... dominatrix, exyomismo...? Marierally Pods, es un poco de todo: arquitecto, tía buena, resuelta, inteligente, con muuucha personalidad, con carácter, mala hostia, empatía... Marierally Pods, Rallypsie, como yo la llamaba, me dominaba por completo. Más aún: me anulaba por completo. Empezó siendo mi jefa, en los albores de lo que parecía sería mi gran y fulgurante carrera profesional. Yo era redactor jefe de iDeas&Spacios, una revista de arquitectura, diseño y pedorrez en general, la típica revista pedante para arquitectos pagados de sí mismos... o sea, para arquitectos. En la revista, yo hacía y deshacía a mi antojo y entonces, llegó ella. La ficharon como directora. Eso significaba un cambio: hasta entonces, los directores de la revista habían sido piriodistas, y Marierally era una refulgente estrella en el universo de la arquitectura. Sus diseños eran sorprendentes y polémicos y más polémicos aún eran sus artículos desdeñosos con todo lo que no fuera... su obra.

Marierally entró en plan suavón y humilde en la revista. Usó con todos, luego lo supe, la misma estrategia que conmigo: me llamó a su despacho, me ofreció una copa y una vista de su escote. Nos sentamos en el sofá de su despacho copa y pitillo en mano. Se descalzó y se sentó sobre sus pies mientras me soltaba todo ese rollo de soy nueva y estoy perdida, voy a necesitar toda tu ayuda y experiencia, etc., etc. Parecía muy desvalida. Indefensa. También parecía muy sexy. Era evidente que íbamos a revolcarnos en ese mismo sofá antes o después, así que dejamos que ese mismo día se fuera todo el mundo y a las 8 de la tarde, así que me desahogué por primera vez entre sus piernas, fui suyo. Literal y absolutamente.

Íbamos donde ella decía. Nuestros amigos eran sus amigos. Hacíamos el amor cuando ella decía, donde y como ella decía. Me buscó trabajo en otra revista, para que no la acusaran de follarse a su redactor jefe. Volvió mi vida del revés. Y yo, los cuatro años que pasé a su lado, o bajo su yugo, más exactamente, viví entre anulado y y obnubilado por sus pechos, sus muslos, el sabor de su sexo y su carácter indomable.

Un día, igual que termina el verano, o el invierno, o la pubertad, desperté. Durante una discusión mandé a Rallypsie a freír espárragos, cogé mi ropa y mi guitarra y la dejé con la palabra en la boca. Eso fue hace 12 años. Desde entonces, aparte de 10 sms's exactamente, en los tres días siguientes, para que me dejara la casa libre y poder así llevarme mis (pocas) cosas, ni la había visto, ni hablado con ella ni mantenido contacto alguno. Así que os podéis imaginar mi sorpresa al tropezarme, literalmente, con ella y oír sus palabras.

- Métete en el baño conmigo, Wolffo, que te necesito.
Mierda.

Era el baño de señoras que, afortunadamente, a esa hora, las seis y media, estaba vacío. Debo decir que a Rallypsie le han sentado estos doce años como si fuera un whisky. Ha mejorado en cuerpo, en carácter, en aroma... y supongo que en sabor.

- Caray, Wolffo, estás de dulce... - me dice, un segundo antes de echarse sobre mí y aprisionar mi boca entre sus labios voraces. Ya he dicho que no estoy demasiado orgulloso de mi carácter y en fin, en cuanto tuve su lengua camino de mi campanilla y noté sus pechos, sus enormes tetas, por decirlo en palabras sencillas, empujándome el pecho contra la pared del baño de señoras, debo reconocer que se me olvidó Selena por completo y me dediqué a eso que tenía entre manos en ese momento.

Los lavabos eran tres senos metidos en una misma encimera de falso mármol y senté a Selena ahí para entrar a matar.

- Estoy con la regla
Y volví a despertar.
- Perdona, no sé qué me ha pasado...
- Que estabas salido, como siempre... - me dice, dominándome, como entonces, como siempre - veo que no has cambiado nada.
Ella tampoco.
- Tú tampoco - dije, y demostrando que, de hecho yo sí había cambiado, me atreví a añadir -. Al menos, ahora no te duele la cabeza.

Rallypsie acusó el golpe, aunque la sorpresa asomó a su rostro sólo un segundo. Se repuso para espetarme


- ¿Tienes pareja...? - al ver mi cara, lo dedujo todo, la muy zorra - No, si tuvieras ya pareja, no tendrías reparos morales, eres un cabroncete. ¡Estás persiguiendo a alguien! - bien, ya he dicho que siempre me ha dominado así, que como un cretino, asentí.

- De hecho, sí... - y antes de que pudiera seguir, se había colgado de mi brazo y apretujaba sus tetas contra mi hombro. Yo, maldito salidete, trataba de zafarme, en el mismo plan que cuando te dicen, coge un bombón, y dices, no, no, gracias, pero lo coges. En seguida me encontré tomando un café con ella, pensando que si le contaba todo me dejaría en paz. A Rallypsie nunca le hicieron gracia los fetichistas y mi nueva obsesión con los pies de Selena seguro que le parecía asquerosa. Pero no fue así.

Estaba tratando de convencer a Rallypsie de que me dejara ir pero algo no debía ir bien, porque ella, lejos de atender a mis razones, o de odiarme por lo salidete que soy, me escuchaba al otro lado de la minimesa sometiéndome de una forma que, en fin, era más notoria de lo que yo pensaba.

En esas entró Selena en la cafetería de la estación. Me vio enseguida, desde la puerta, cuando levanté la cabeza y le hice una seña. Ella levantó las cejas, sonriendo y se acercó. Saludó amablemente.

- Hola, Selena - le dije, sin poder levantarme, como me había enseñado mi madre que era lo correcto- ¿por qué no coges una silla y te sientas con nosotros? Ella es Marierally Pods, arquitecto, mi ex...

Rallypsie sonreía malévolamente y no se inmutó cuando Selena contestó.
- No gracias... aunque me gustaría, pero tengo que enviar un par de emails de trabajo -  dijo mirando a mi ex. Luego, mirándome a mí,- me sentaré allí y tal vez, cuando saques su pie de tu paquete, te puedas sentar conmigo para que preparemos un par de cosas antes de salir.

Zas. En todo el paquete. Menudo viajecito me espera.



7. El viaje

Esto no es normal. Esto no, no es normal. Para nada. Di lo que quieras, pero esto no es normal.
Rallypsie nunca me hizo ni caso. O sea, el sexo con ella era el sexo que ella quería. Y ahora, que hace diez años que no nos vemos... se preocupa por mí. Cuando le cuento mi aventura con los pies selenitas, los dos sentaditos frente a un café, a ella no se le ocurre otra cosa que descalzarse y meter su pie entre mis piernas y emprezar a frotarme ahí. Y justo así es como nos pilló Selena. Yo suponía que no se notaba, pero al parecer, no soy bueno suponiendo cosas.

A Selena se le da bien capear temporales, o vadear ríos, o negociar curvas peligrosas o la metáfora que sea que valga para no poner mala cara, hacer como que no le importa lo que le ha pasado, pero transmitirte con su lenguaje no verbal que te detesta. Lleva todo el viaje como mosqueada, de mal humor, pero sonriendo educadamente y dándole vueltas a trabajo, preparando la entrevista, que está más que preparada, para tener algo de qué hablar que no sea penoso. Está ahí, sentada, apretando los labios, mirando por la ventana, eludiendo mirarme, mientras espera a que conteste a una pregunta que no he escuchado, porque estoy atento sólo a que ella está ahí sentada, apretando los labios, mirando por la ventana, eludiendo mirarme, mientras espera a que conteste a una pregunta que no he escuchado.

- Selena, estás ahí sentada, apretando los labios... etcétera
- ¿Etcétera...? ¿qué quieres decir?
- Lo que ya he dicho dos veces - digo sin darme cuenta de que lo he escrito, pero no lo he dicho
- ¿Estás colocado...? ¿Además de sexo, has tomado alguna droga extra para desayunar...?
- No he tenido sexo
- Ya.

Castilla es ancha. Ancha y abierta en La Mancha. De verdad. Y en tren se aprecia de manera magífica. Páramos de nada en particular, llanuras y arbolitos como moscas en el parabrisas, ancha belleza, amplia tardanza, tardes que se consumen como un pitillo en el cenicero, y ella no puede disfrutarlo porque yo soy un pichainquieta y nuestra frialdad forzosa es una mácula, a blot on the landscape.

- Cuando era pequeña - me dice Selena - ir en tren era lo que todos los hermanos queríamos - soy hijo único, me interesan las historias de hermanos y familias numerosas -. Éramos ocho hermanos, así que no cabíamos todos en el R-12 familiar y los viajes se programaban como verdaderas expediciones. Tres íbamos en tren, y todos queríamos que nos tocara a nosotros. Era un viaje sin padres, sin estrecheces, con toda la libertad - mira el paisaje y en algún arbusto, en alguna roca, se ha quedado enganchada la amargura y ahora parece relajada. La fuerza de la nostalgia, imagino - Aún hoy sigue gustándome viajar en tren.

- Te entiendo - le digo simpatizando de manera natural con ese estado de ánimo -  yo también estoy enganchado al tren desde pequeño. Vivía junto a una gran estación y me pasaba las tardes, con Buch, mi amigo del alma, paseando entre turistas, fingiendo ser americanos, o ingleses, con la esperanza de ligar.

- ¿Funcionaba?
- No, señora, jamás funcionó, a pesar de nuestras conversaciones en inglés
- ¿Hablábais en inglés?
- Recitábamos, un verso cada uno, canciones de los Beatles.
- ¿Quieres decir, en plan you think you've lost your love, well, I saw her yesterday...?
- ... it's you, she's thinking of and she told me what to say
- ... she says she loves yoy, and you know that can't be bad
- ... Yes, she loves you, and you know you should be glad
- ... uuhhh
- ... she loves you, yeah
- ... yeah
- ... yeah...

En ese momento, amé eternamente a Selena. Quiero decir que supe que cuando recordara a Selena, pasara lo que pasara, recordaría su sentido del juego, su faclidad para pasar al otro lado, a lo intuitivo, a la magia blanca y divertida. A la verdadera vida.

- El caso es que, de aquellas tardes perdidas lastimosamente cantando lady madonna o run for your life, me ha quedado un enganche con el tren que no puedo disimular. Me encantan los trenes.
- Lo sé

Creo que los dos pensamos en ese momento en nuestra primera experiencia juntos, en el tren camino de Washington, una primera experiencia verdaderamente singular. Con esa facilidad que tengo para romper el hechizo, me incorporé  un poco, separando la espalda del respaldo y me incliné hacia ella.

- Ella no significa nada - le dije
- Cállate, por favor.

(casi, rozando el poste)

Llegamos a Almería a la hora de comer. Bajamos y el sol sureño nos acaricia con desidia y ligereza.
- Tengo hambre - digo poéticamente
- ¿Sabes lo que más me gustaba de los viajes? - dice Selena, no sé muy bien si hablando conmigo o con sus recuerdos -  Siempre preparábamos bocadillos, mi abuela los llamaba emparedados, y preparábamos muchos más de los que podríamos comernos siendo muy optimistas. A todos nos gustaba llegar al destino y comernos esos bocadillos un poco reveníos ya.

- Oh - dije, porque no se me ocurría qué comentar
- Me gustaría tener cuatro o cinco de esos bocadillos...

Estuve a punto de hacerme unos bocatas, os lo juro. Si no me los hice es porque viajaba con Selena. A mí también me encantan los bocatas viajados, ¿a quién no?, pero supuse que a Selena le parecía grotesco que un cuarentón casi cincuentón se hiciera bocadillos sofisticados para viajar. ¡Maldita sea mi poca personalidad!

Me gusta la estación de tren de Almería. Me gustaba más la antigua, que está pegadita a la nueva, la Intermodal, pero me gusta esa plaza. Nuestro hotel, el Gran Hotel de Almería, Citymar, o algo así, está muy cerca de la estación y convenzo a Selena de que caminemos

- Es mejor, créeme, está aquí al lado
- Quiero bocadillos, ¿en el hotel harán buenos bocadillos?
- Olvida el hotel, sus bocadillos serán frescos, tengo una idea mejor

Fuimos al hotel. Dos habitaciones contiguas, comunicadas, lo que aviva mi esperanza y mi fe en el ser humano. Cargué con su maleta. Cama de matrimonio en su habitación. Desnúdate y olvida los bocadillos, Selena, te haré el amor hasta el amanecer del tercer día, me digo ilusamente.
Seguramente, si la convenciera, seamos francos, me quedaría dormido después del primer disparo. La dejo mientras se cambia. La he convencido de no pedir bocadillos en la habitación, porque eso significaría comer y sestear por separado y, llamadme obseso, pero no quiero separarme de la dulce Selena.

Conozco un poco Almería. Callejeando desde el hotel hacia el interior, en las callejuelas que rodean la Escuela de Arte, está La Goleta. Un bar de mala muerte, bueno, de buena muerte. Pescados del día (anterior), los que han sobrado en los restaurantes de primera línea. No es un sitio romántico, ni moderno, ni simpático, pero hacen unos bocadillos de pescado alucinantes. Son de pescado ya cocinado que ha sobrado. Puede ser calquier pescado. Sardinas o rape, bonito o cazón, merluza o japutas, da igual. EL Muelas, el dueño de La goleta, hace un picadillo de cebolletas, apio, col y salsa inclasificable, pero parecida a la que se una en los kebabs, prima hermana de la bearnesa, también, ese rollo. Desmigaja a mano los pescados que recolecta y los mezcla.

Usa panecillos redondos, pero pan-pan, no del tipo abollado de las hamburguesas. Hace la masa él mismo y los hornea a medida que los va necesitando. No es fast food. Llegas y debes esperar, al menos los 13 minutos que tarda en hormearse el pan y lo que tarde luego en rellenar el bocata. Veinte minutos si no hay gente. De 30 a 40 minutos si la cosa está animada. Para la espera, cañas y patatas chips. El Muelas sólo ofrece dos tipos de bocadillo: de pescado o de pollo asado y para el pollo, también usa pollo asado que haya sobrado del día anterior de locales de alrededor. Está bueno, y usa el mismo picadillo que para el de pescado, pero el de pescado es insuperable.

- Tenías razón - dice Selena acabándose el segundo bocadillo -  es lo más rico que he comido en mi vida. ¿Un café?
- No hay café aquí. Sólo helados.
- ¿Artesanos? - dice emocionada, esperando una cosa tipo los bocadillos de pescado
- Qué va... Frigo.
Pagamos y nos vamos con nuestros helados en la mano.
- ¿Un paseo or la playa? - es mi mejor arma
- Claro

Soy previsor, he salido con una mochilita que uso para guardar sus zapatos, y los míos y caminamos por la playa. Selena es preciosa en la playa y hablamos de nuestros recuerdos, tan distantes y tan parecidos, de nuestras vacaciones de niñez en la playa. Cuando hago estallar su risa, se detiene, echa la cabeza hacia atrás y el sol pasa entre los rizos de su melena. Caray. Estoy empezando a enamorarme de esta mujer.

El agua moja nuestros pies (y los bajos de mis pantalones, nunca se me dio bien eso de enrollarlos) y refresca nuestra conversación. Selena está estupenda. 
Selena está a punto.

Y yo, ni te cuento.



8. Mi hotel es mi castillo (y en él está mi trono)

Al otro lado de la puerta está Selena. Es posible que se esté cambiando, que esté tirada en la cama, pensando en mí o que esté en el baño. Es curioso, o a mí me lo parece, la importancia de las palabras, incluso las no dichas. O sea, algunas palabras no tienen que ser dichas, ni escritas, basta con pensarlas, para que se desate todo su poder descriptivo y evocador. Si pienso en Selena "en el baño" es encantador. Para mí estará haciendo cosas de esas encantadoras de chicas, que las hacen tan sexys a nuestros ojos: colocarse las ligas o cosas así. Pero si entro después de ella en el baño y, en fin, huele, ya no será porque ella ha estado "en el baño", lo que pensaré es que ella ha estado "cagando". Cagando. Seguro que las mujeres lo hacen, pero me resisto a creerlo. Ni siquiera yo "cago", aunque ahora, después del paseo, no le haría ascos a una sentadita, con el periódico o la novela que me he traído, dicho sea entre nosotros. Bueno, quiero decir que si ni siquiera pienso en mí en esos términos, ¿cómo voy a pensarlo de alguien con quien quiero acostarme? ¿Y si cuando estamos en ello, entregados al más primario y bello de los instintos, se cruza por mi mente su cara crispada por el apretón, o simplemente la idea abstracta de que ella "caga"?

Bien, dejo de pensar en esas chorradas porque ella da unos golpecitos en la puerta.
- ¿Estás visible? - pregunta
- Depende... -digo mientras me agacho para inspeccionar el minibar - estoy desnudo, pero por lo demás...

Entra sin ceremonias.
- Mentiroso -dice juguetona - estas vestidísimo.

Me doy la vuelta y mi sorpresa es que ella no está, ni mucho menos, vestidísima. Mi cháchara playera ha funcionado y ella ha pasado a mi habitación con la misma blusa vaporosa encima, pero sin los pantalones que llevaba en el paseo. Huelga decir que está impresionante con sus piernecitas suaves y blanquitas al aire y sus pies, sus maravillosos pies llamándome a gritos.

- ¡Selena! ¿Qué les ha pasado a tus pantalones, no han venido a trabajar por la tarde?
- Los he despedido - aún jugando - Soy una jefa sin escrúpulos; si alguien no me sirve... ¡me lo quito de encima! Trabajo mejor con un equipo reducido

Bien, sucede. Nos besamos. Bastante. Me gusta eso de besar. La boca de Selena sabe a mujer-mujer. No a chica, ni a whisky ni nada. Ni dulzón. Sabe a mujer. Y un poco a chicle de hirbabuena, vale: fresco y sexy. La piso con mis zapatones.

- ¡Ay...!- se separa para mirar qué arma letal he usado para agredirle - ¡mierda, Wolffo, usas zapatos ortopédicos?
- ¡No son ortopédicos! - me ofende que la gente no distinga - Tienen el arco y la puntera reforzados para el estilo de vida activo del hombre moderno.
- Pues parecen los zapatos de domingo de Frankenstein - me mira y sonríe, divertida de lo poco trendy que soy - ¡Hmmmm... mi hombre moderno! - dice mientras me abraza de un modo que me deja claro que me considera más antiguo que rezar el rosario. Volvemos al asunto de los besos.

Me gustaría contar que el tema es como en las pelis, besándonos en plan voraz, desnudándonos antes de acostarnos y ejecutando elaborados preliminares contra las paredes. Pero no, ya la he pisado una vez, así que antes de volver a hacerlo hago que se siente a los pies de mi cama y me quito los zapatos sin sentarme, pisándome los tacones, con menos garbo del que me hubiera gustado.

- No es que seas un bailarín, precisamente, pero tienes tu gracia
- Bueno -contraataco, al verla sentada con las manos en el regazo -, tu pareces Sofía Petrilo, estamos en paz - Una de las cosas buenas de Selena es su espíritu deportivo. Se ríe de sí cuando toca.

Me siento más o menos sensualmente a su lado, mientras nos besamos (es difícil) y llegamos a una conclusión evidente:
- ¿Vamos a tu cama, mejor? Es más ancha...

A veces se ponen las cosas difíciles y uno piensa que no se pueden complicar más, pero uno siempre se equivoca. Cuando se trata de mí y de sexo, todo es siempre susceptible de empeorar. Y empeora. Sólo hace falta darle tiempo.

Después de más besos en su cama, retiramos las sábanas y la dejo esperando porque, aunque odie reconocerlo, tengo que ir a solucionar algo que he dejado pendiente desde el principio de este post. Me voy por la pata abajo y en esas condiciones no puedo practicar sexo con nadie, y menos que nadie con ese ser de luz que es Selena.Se ha quedado, alucinada, desnuda, en la cama, pero creo que hasta sonreía un poco. La cosa se complica.

Sentado en el trono reflexiono sobre esto y sobre aquello. Soy de proceso lento, por decirlo de forma suave, y si no tengo mi libro, mi teléfono con conexión a internet o  mi caja de medicamentos para leer prospectos no sé qué hacer mientras dura el tránsito. Es como los cantantes con guitarra, que salen al escenario sin ella y no saben qué hacer con las manos. Mi tendencia es darme de puñetazos, porque he dejado a una mujer preciosa desnuda en la cama y lo normal es que no quiera retomar el asunto donde lo dejamos, porque, bueno, yo no querría, me inventaría cualquier cosa, en serio.

En estas veo algo que me sorprende en el suelo. Es un tipo de escarabajo no repelente, simpaticote, regordete y saltarín, más azul que negro. Casi se oye el tap-tap-tap de sus patitas sierra al corretear por el suelo del baño. Viene hacia mí y pasa entre mis pies hacia la base del wáter. Me agacho hacia delante para poder seguir su periplo y me inclino algo más de la cuenta con resultados fatales: el váter no es tá bien fijado al suelo y sucede la desgracia: se levanta y el baño sufre una inesperada inundación.

Pero, ¿por qué me pasan estas cosas? En vez de estar con una mujer maravillosa entre las sábanas de una enorme cama, estoy de pie, desnudo en el baño, mirando el váter caído en el suelo y con los pies metidos en las aguas escapadas del mal fijado sanitario, sintiéndome enormemente desdichado. He debido cagarme -verbalmente, figuradamente - en lo más grande, porque Selena llama al baño

- ¿Wolffo... pasa algo?
- Selena, en serio, no entres
- No me asustes, ¿ha pasado algo?
- Sí... - miro a mi alrededor, es un asqueroso desastre - pero no te lo puedo contar.
- ¿No necesitas ayuda?
- Claro que necesito ayuda, pero hazme caso, Selena, de verdad, vete a dar una vuelta, espérame en la cafetería; esta noche, o el año que viene, te lo cuento.

Afortunadamente se ha ido. No sé si os dais cuenta de lo irónico del asunto. Digo que "afortunadamente" la mujer que me esperaba desnuda en la cama, se ha vestido y se ha ido. Y yo, como un tonto, chapoteando entre, bueno, no lo voy a decir, pero ya sabéis, y en fin, no es mi mejor día. Recojo lo gordo, con perdón, y llamo al servicio de habitaciones para recoger las aguas desbordadas, la "pequeña inundación"

- ¿Pequeña inundación, dice? - es una voz masculina muy desagradable, nasal, del tipo estoy harto de las tonterías de los clientes - ¿Es la bañera, se ha desbordado la bañera?
- No, el váter
- Oh, no, ¿el váter? ¿se ha desbodado el váter?
- Bueno, no exactamente...
- ... ¿quiere decir que está todo llenos de mierda?
- No hace falta hablar así...
- Claro, usted no va a recogerla... ¿de verdad la mierda ha desbordado el váter?
-  No se ha desbordado... y no hay... eso que usted dice - me cuesta decirlo, soy un poco remilgos para esas cosas, como lo de "cagar" - no hay... "heces", ya las he recogido yo.
- Bueno, eso está mejor, señor... - el tipo parece ahora más accesible, un poco más simpático. Y, sin embargo ahora es más desagradable, aún - Oiga, una curiosidá: ¿de verdad cagó tanto como para desbordarlo...?
- ¿Qué...? - no puedo creer que un tío me esté preguntando eso
- Que debió ser una gran cagada...
- Mire, mande a alguien, ¿de acuerdo? - y cuelgo el teléfono.

Selena se ha ido. Me ha dejado una nota "Te espero en la cafetería" pero yo estoy en bolas y al irse, Selena ha cerrado la puerta que comunica las dos habitaciones. Yo, en fin, me había desnudado en mi habitación y tengo allí mi ropa, mis llaves, mi teléfono... No puedo llamar a Selena, porque ni idea de cuál es su teléfono, desde que hay móviles, uno no se aprende los números, ni los marca.
Así que me pongo una ridícula bata morada de Selena y espero, muerto de vergënza, a que un empleado del hotel me descubra vestido como un lord inglés de vacaciones y haga desaparecer mi dignidad por completo.

¡Madre de dios, vaya viajecito!



9. Mejor, fuera de la fiesta

La fiesta se desarrolla con extraordinaria pesadez. ¿Sabéis cuando uno quisiera estar en cualquier sitio del mundo, cualquiera, antes de estar en el lugar donde uno, de hecho, está? Es mi caso. Selena, ni idea. No sé dónde está. La perdí hace tres horas y no sé porqué narices no estoy con ella, si ese era el plan.

Esta fiesta es, literalmente, para pegarse un tiro. Estamos en el yate de un ruso, en el puerto de Aguadulce, cerquita de Almería, y aquí corre de todo menos buenos tiempos. Abundan fosas nasales irritadas, estómagos hartos de comida y bebida, sexos agotados por exceso de uso, gente con dinero de sobra, gente sin dinero, pero que va donde va la gente con dinero para recoger las migajas y yo, más perdido que un poeta. Ahora que lo pienso, ¿puede ser envidia? Puede serlo, porque me gusta pensar que el sexo y las drogas y la bebida y el dinero son inmorales cuando los disfrutan otros, pero a los que no recuerdo haber hecho ascos cuando estuvieron a mi alcance. ¿Me convierte esto en un ser envidioso y ruin? Bueno, no me convierte, porque creo que nací así de mísero de espíritu, pero, por lo demás...

De todos modos, se me da de fábula fingir la indignación moral, y la tormenta se dibuja en mi cara con notoria expresividad cuando decido que en un sitio como en el yate en el que estaba, se han sobrepasado los límites de lo tolerable o, por decirlo en palabras más ciertas y sencillas, cuando veo que todo lo que hay de bueno en esta fiesta, no es para mí, que no me voy a comer ni media rosca, me revisto de indignación, me levanto digno -tanto como puedo, que no es gran cosa- me levanto y me voy.

No quiero estropear la fiesta con mi cara de arroz, con mi tristeza infinita, ni con mi ánimo tan poco simpático con el mundo en general, así que me voy. Vine junto a Selena, en un sorprendente giro de los acontecimientos del día más románticamente desastroso que recuerdo. Pero ahora no sé dónde está Selena y sus amigos, ala verdad, me repatean. Nada hay para mí aquí, así que desapareceré.Si ella regresa mientras no estoy, hacédmelo saber por favor.

Es así de sencillo. Después de mi aventura (desventura) con la taza del váter de la habitación de Selena, en fin, logramos, con mucho estómago y mucho corazón, sobre todo por parte de ella, rectificar la tarde. A ello contribuyó, y no de manera despreciable, el que evitamos el incidente en la conversación y el hecho de que cambiáramos el carácter de nuestra reunión, desechando, de momento, cualquier aspecto romántico. Debo decir que eso, con una mujer como Selena delante es harto complicado: mis ojos la están viendo, mi nariz la está olisqueando, mis oídos la oyen, mi imaginación la recuerda y es difícil abstraerse de todo lo que evoca Selena en mí.

Bajé a la cafetería y echamos casi toda la tarde hablando, preparando la entrevista del día siguiente, trabajando como dos buenos profesionales, cosa que hay que saber valorarme, en serio, que Selena es mucho delante de uno.

El caso es que, eludiendo el tema, y mientras decidíamos si salíamos a picar algo, aparece un pollo vestido cien veces mejor que yo, con un pelazo peinado a raya hace tambalear mi masculinidad, alto, bien plantado (un poco de cara de memo, como de pingüino, pero quiero señalar lo bueno, para que no se me tache de  -excesivamente- envidioso) e inclinándose y ahuecando la voz para parecer más machote, como si hiciera falta, dice:

- ¡Por todos los santos, si es Selena...!

La invocación al santoral me pone en guardia. Además, no se limita a uno o dos santos, sino que alude a todos, convocándolos en torno a su causa, como si fuera a librar una batalla. Para mi inmenso pesar, Selena, en lugar de poner cara de grima, o de echarme una mirada de horror de esas tipo "¡sálvame!", o algo que indique que está de mi lado, o sea, deseando que el bien plantado caballero se esfume, si es posible, tropezando y haciendo el ridículo, Selena, digo, sonríe con toda su sonrisa y contesta, como quien descubre a un viejo amigo largamente esperado

- ¡Caracoles, Cayetano! - sí, ha dicho caracoles. Y sí... se llama Cayetano. El aludido echa atrás su cabeza bien peinada y deja escapar una cosa parecida al resuello de un pez volador que es lo que hace en vez de reír. Es una especie de movimiento circular de la cabeza, con caidita de ojos y apertura bucal que deja escapar el resuello y una visual de su perfecta dentadura. Será muy atractivo, pero vaya mierda de carcajada que tiene.
- ¡Heah...! - grazna - ¿Caracoles, aún te acuerdas...?

Era una broma privada lo de "caracoles". Mierda. Eso significa que tenían cositas en común. Bueno, hablan, Selena me presenta y el tío es encantador, pero me cae como una patada en los huevos, qué quieres que te diga. De todas formas, aunque no participo en la conversación, a pesar de las continuas invitaciones a hacerlo por parte de Selena, que es un encanto, aguanto el tipo sin escupir al suelo ni nada, por no parecer tan patán como soy en realidad, y acabo aceptando que nos subamos al X5 de Cayetano para asistir a una fiesta en un yate que esa noche está atracado en el puerto de Aguadulce.

En el coche dejo de disimular. Quiero poner cara de pedo, mientras Selena y Cay (le llama Cay, ¡qué desgracia!) pero la carretera bordeando la costa es demasiado bonita como para ignorarla y, como un niño madrileño cuando, después de un largo viaje en coche, llega, por fin, al mar, admiro atontado el trabajo del agua con la costa y los asombrosos paisajes que siempre genera. ¡Cómo me gusta el mar! Sobre todo la costa, cuando el mar y la tierra se juntan y se dan y quitan cosas. Claro, entre mirar eso y escuchar como el maldito Cay trata de seducir a Selena, me quedo con la lucha abierta entre el mar y la montaña, no hay color.

-.-

El yate es una pasada. Es de un ruso cuyo nombre no recuerdo ni a los tres segundos de ser presentado a él. El yate tiene, en serio, probablemente, la colección de tías buenas más apabullante que he visto en mi vida. O sea, hay unas cuantas mujeres españolas, muy guapas y elegantes y tal, pero la colección de chicas rusas impresionantes es tan, tan asombrosa que a uno se le quitan hasta las ganas. No es posible que sean de verdad. son como hologramas de una revista de moda que pululan por ahí y que, por supuesto, me ignoran absolutamente, con mi camiseta negra, mi chupilla vaquera y mis chinos de mercadillo, con mi corte de pelo Philips casero, con mi cara de bobo mirando los sofás que cuestan más de lo que yo jamás podré pagar.

Selena, bueno... Selena no es una chica. Es toda una mujer, ya ha cumplido los cuarenta y no tiene nada que ver con estas ninfas y claro, el maldito ruso y sus amigos, hartos de los hologramas neumáticos, se lanzan a por ella como si no hubiesen visto jamás esa mujer.  Me echa, al principio, un par de miradas en petición de auxilio, pero estoy con la boca abierta y la baba caída mirando tetas, comida, culos, sofás, cristalerías y mayordomos y no acudo, cobardemente a su llamada. De lo que no me pierdo una es de las pasadas de camareros con bandejas con champán y otros brebajes, pero esta noche, me estoy dedicando al champán en cuerpo y alma. Los camareros, expertos, tratan de fintarme con movimientos rápidos de cinturas y hombro, con quiebros de piernas, pero soy demasiado astuto para dejarme engañar por regates tan primarios y cazo al vuelo las copas y las vacío con singular apremio y acierto.

Entre copa y copa toco algún trasero en plan palmeo de incógnito, pero en eso no estoy demasiado fino esta noche (será el champán) porque a la tercera hostia que recibo, desisto. ¡qué rico está el champán y qué mierda de fiesta!

-.-

Son ya las dos de la mañana y paseo por la playa, sólo y borracho como una cuba. Bueno, no como una cuba, porque soy capaz de pensar y de alternar los dos pies al andar. Sé que cuando estoy pedo-pedo, intento andar adelantando los dos pies a la vez y suelo caerme. Pero estoy fino, vaya.

Deberíais ver la luna aquí. Porque supongo que es la luna eso de allí, sobre el mar, en mitad del maldito cielo. O eso o ya están aquí, vigilando para invadir y destruir el planeta. Quita, quita, que va a ser la luna. Y Selena, ¿dónde está? Igual necesita ayuda... probrecilla, porque estoy yo bueno para ayudar. El Cayetano, ya en condiciones normales, seguro que me pegaba una buena tunda, pero tal y como estoy ahora, no soy enemigo ni para Selena, que acabaría conmigo, a pesar de mis 100 kilos, en un pis-pas.

Solo y derrotado, me dejo caer en la playa. La temperatura es fantástica. Menos mal, porque lo llevo malamente. Estoy sentado en la arena, con la espalda apoyada en el muro-rompeolas que separa la playa del paseo marítimo. Me cae una piedrecita en la cabeza. Joder, qué mala suerte, espero que no sea un pájaro cagando. Me cae una segunda piedra, mira que voy a tener que levantar la cabeza y, si la mala suerte persiste, cambiarme de sitio. A la tercera piedra, acompañada de un dulce y familiar "¡eh!" ladeo la cabeza y levanto la vista.

- ¡Mierda, Selena...! - está arriba, en el paseo, apoyada de codos en el murete, asomada  con toda su carita, mirando y sonriendo. La felicidad podría ser completa - ¿Estás sola...?
- Claro... ¿con quién iba a estar?
- Con el ruso, o con Descartes
- ¿Descartes...? - dice extrañada - ¿te refieres a Cayetano?
- Eso, Cayetano
- No, que va - ríe y está tan guapa que se me va a romper el cuello - estoy contigo, pero voy a bajar ahí abajo contigo, porque te vas a romper el cuello.

Con sorprendente agilidad, salta a la arena. son un par de metros, yo me lo hubiera pensado un par de ves antes de saltar... y me hubiera metido una buena. Pero ella cae de pie, agachándose, pero sin hacer la clásica caída del paracaidista, quizá para que no le vea las bragas en la voltereta, porque lleva un vestido color arena precioso y vaporoso.

- No has hecho la caída oficial del paraca, la de la voltereta
- Tú lo que quieres es verme las bragas
- Vale, quiero hacerlo, pero me hubieras impresionado aún más si la hubieras hecho
- ¿Ah, sí...?
- Sí, te admiraría... ahora sólo me caes bien.

Se sienta a mi lado.  Hace un poco de fresco, así que le doy mi chupa y ella se encuentra mejor y yo estoy bastante helado, mierda. Hablamos y hablamos de esto y de aquello y poco a poco, ella se acerca a mí y apoya su cabeza en mi pecho y así nos quedamos dormidos. bueno, supongo que ella ha dormido también, porque yo me he quedado como una marmota.

Es, con diferencia, la mejor fiesta de la que me he ido en toda mi vida.



10. El despertar, en todo su sentido

El sol de una playa sureña, incluso en invierno, es a veces insuficiente para que mi despertar sea el más dichoso del mundo. Selena está a mi lado, encima de mí, más bien, dormida sobre mi pecho, acurrucada, me temo que medio muerta de frío también. He esperado un poco, esperando que el sol de Almería nos calentara y echarme otra dormidita, calentito, con Selena aquí, dispuesta a todo al despertar, pero no, si no me la llevo de aquí pronto y entramos en calor, vamos a pillarnos una buena.

- Eh... Selena
Ella murmulla algo con dulzura, como es ella, pero de su delicioso amanecer sólo capto las vocales
- ¡...e.a.e e. .a., .i.i.o..a.! (1)
- Venga, cielo, que te estás quedando helada...
- Joder...
- ¿Cómo...?
- Que me dejes en paz, gilipollas, que ya te he oído

Entonces, si yo fuera una de esas personas que llevan siempre consigo un cuadernito donde apuntan enseñanzas, datos de interés y teléfonos de tías buenas, apuntaría, probablemente con forma de silogismo sentencioso, la enseñanza del día:  "Algunas mujeres, por dulces que parezcan, no tienen un dulce despertar si no les llevas a la cama con edredón de plumas y almohada de viscolática,un zumo de naranja y un par de croasanes".  Pero no llevo cuadernito, así que reacciono de la única forma en que se me ocurre: me zafo, con la rapidez de un extremo zurdo, de mi marcador rodando hacia el lado en el que no está Selena (el derecho, en este caso) y dejo que ella caiga de cara sobre la arena para despertar de una forma abrupta.

- ¡Dejándote...! - digo según me escurro a la derecha y dejándola caer con gran prosopopeya.
- ¡Capullo...! - dice ella levantando la mirada. Miradla bien. Con la cara aún hinchada por el incómodo y poco reparador sueño, el maquillaje corrido, despeinada, la arena pegada a su rostro y la cara de cabreo que tiene, no está en su mejor momento, no está para hacerse una foto, pero me sigue pareciendo la mujer más deseable de la tierra.

- Espera un momento... - le digo mientras saco mi teléfono, hago como que busco algo, pero lo que hago es ponerlo en modo cámara de fotos y le tiro una traicionera instantánea - estás horrible, Selena, y esto tengo que rememorarlo cuando pasen los años.
- ¡Capullo...! - insiste ella, pero esta vez, bajando la mirada y sin la suficiente rapidez como para evitar mi disparo. Se incorpora y se queda, sentadita, con la espalda apoyada en el rompeolas, esperando a despertarse de verdad, y pensando, tal vez, en cómo hacerme sufrir algún tipo de humillación.
- Espera un momento, cielo, no te muevas...
- ¿Cielo...? para ti soy el averno, anormal. ¿será idiota...? - pero yo ya me he levantado y me voy, porque sé que me va a perdonar.

Y lo sé, porque a menos de 50 metros, en el mismo paseo marítimo, hay una cafetería abierta y convenzo al camarero de que me deje una bandeja con un par de cafés, un zumo recién exprimido y un croasán y se lo llevo a Selena. Es un bello gesto romántico e inútil.

- ¡Qué encanto! - me dice... - pero entre nosotros, Wolffo, tengo que mear o voy a estallar
- De acuerdo - digo, malinterpretando su urgencia - ¿quieres que me ponga así delante y te tape?
Si hubiera miradas asesinas, estaría fulminado, os lo juro.
- ¿Tú eres imbécil? -  me dice - ¿Crees que me voy a poner aquí a hacer pis, agachadita, mientras tú haces de parapeto...? ¿No crees que hemos tenido ya bastante escatología en nuestra relación, Wolfillo? - el cabreo se le ha pasado. Es un efecto que suelo causar en las mujeres: a veces soy tan tonto que se olvidan de que estaban enfadadas conmigo y empiezan a reírse de mí abiertamente
- Bueno, yo sólo queria...
- Vamos a ver, Wolffito... - me dice divertida por mi azoramiento- Has tardado 2 minutos en traerme esto de un bar... ¿no será más fácil que vaya a ese bar?

Vale, de acuerdo, es más fácil, más lógico, pero menos romántico. O sea, no es que ver mear a tu chica sea romántico, pero si va al bar de donde he sacado yo el desayuno, en fin, mi desayuno en plan "héroe mío" se va a la mierda. Pero Selena es única.

Cuando nos levantamos, me hace sentarme y esperarla en ese mismo sitio de la playa. Y vuelve, tres minutos después ya meadita (eso lo supongo) y radiante (peinada y retocada, eso lo constato) a mi lado. Para terminar de redondear la jugada, me trae un café, un zumo y una tostada de jamón con tomate. ¿Os imagináis algo mejor? Yo sí, que hubiera venido completamente desnuda y me hubiera ofrecido un polvo de agradecimiento con ella encima, al sol playero, pero no se lo voy a tener en cuenta. Esta vez.

-.-

Después de desayunar (desayuno con diamantes), mientras esperamos a que nos den un cochecito de alquiler, esquivamos a Cay que tiene una pinta tremenda de no importarle una mierda todo lo que no sea su corbata. Le vemos detener su cochazo, dejarlo en mitad de la calle, taponando la circulación, bajarse, sacar dinero de un cajero que está justo al otro lado de la calle donde estamos nosotros, sin importarle nada que le piten y le griten los que han quedado bloqueados y se va conduciendo con el corazón. Quiero decir con el dedo corazón enhiesto y asomando por la ventanilla mientas acelera y se va. Un bobo menos del que preocuparse.

Tenemos que darnos prisa. El plan es pasarnos por el hotel, duchazo, cambiarnos (polvete rápido si estoy de suerte), coger el coche e ir a un sitio del Cabo de Gata que se llama La Fabriquilla, a unos 50 minutos de Almería, pero hacia el otro lado de la costa, bordeándola hacia levante.

No hay suerte. En el viaje hacia el hotel, Selena centra su conversación en lo mono que es el coche, lo bien que funciona,  y lo poco que gasta, extremo este que no puede comprobar hasta que llevemos un buen montón de kilómetros, pero Selena parece haberse tragado la cháchara del comercial del Rent a Car. Si me hubiera preguntado, a mí me importa un bledo lo mono que sea el coche, sus detallitos, su consumo (el real, por favor, no el anunciado) y todo eso. No quiero parecer insensible, pero es que la cosa graciosa es que creo que me habla del coche porque cree que a mí me va a interesar esa conversación.

En el hotel, no me da opción. Me paseo un rato en bolas por la habitación, a ver si hay suerte y entra Selena. No es que tenga un desnudo bonito, pero vi un capítulo de "Cómo conocí a vuestra madre" en el que un tío feísimo afirmaba que esta técnica (plantarte desnudo delante de la chica con la que estás), a la que llamaba, asaz descriptivamente, como "el hombre desnudo", funcionaba dos de cada tres veces. La técnica correcta no es la mía, puesto que yo estoy en mi habitación esperando a que ella entre y la buena ejecución de esta estrategia consiste en estar con ella en la misma casa, y aprovechar que ella va a al baño, o a por unas bebidas, o algo y desnudarse y adoptar una postura rumbosa para que cuando ella regrese, te encuentre en pelotas, por ejemplo, con un pie sobre el sofá y en la postura del pensador, con el asunto colgando, yaque no es estrictamente necesaria la exhibición erecta del pene. Sea como fuere, no funciona.

Nos vamos al Cabo de Gata.

-.-



La Fabriquilla es un sitio encantador. Es una especie de minipueblo, todo blanco y azul, con barcazas abandonadas que son maceteros, flores de pita secas que todos fotografían, y un mar y un atardecer que que cuando se ponen bravos, todo el mundo debería estar obligado a mirar.

Llegamos a eso de las 2 de la tarde y rápidamente localizamos El Jipi Perdío, el sitio en el que hemos quedado con Isabela Balsa, para tomar algo, antes de entrevistarla, se supone que en su casa, si la caemos lo suficientemente bien como para que nos lleve allí. El Jipi Perdío es el clásico garito que monta un urbanita que quiere hacerse el troglodita, si es en la montaña, o el viejo lobo de mar, si es en la playa. A mí, os lo confieso, no me va ese rollo; prefiero mil veces el bar sencillo de un lugareño que se esfuerza en dar a su negocio un aspecto aseado, al negociete de un ex-urbanita que se empeña en parecer más del lugar que las piedras, vestido como un guarro y, en mi modesta opinión, con cara de gilipollas. Es una especie de prototipo, no sé si me explico. Y el dueño del Jipi responde al prototipo como un maldito manual. Y ni siquiera sabe tirar una cerveza en condiciones.

Isabela, sin embargo, me sorprende. Tiene pinta de señora de su casa, no de abogado, y menos de pintora, y menos aún de ex-abogado que se lía la manta la cabeza y se instala como pintora en el Cabo de Gata. Es agradable de aspecto y de trato, gordita (punto a su favor) y muy educada. Parece una abuela joven con ropa de pasar el domingo en casa. No me creo que a ella le guste esta mierda de sitio. Cuando estamos acabando la cervecita, y estoy convencido de que a ninguno de los tres nos gusta este local, me lanzo:

- Isabela, si llevas tiempo aquí, seguro que conoces un sitio mejor para comer, aunque no esté en la misma playa

Aliviada, estoy seguro, nos lleva al bar de un amigo, Floren, donde comemos como príncipes. Tiene esas cosas que molan: tú no eliges la comida, según llegas, te plantan una ensalada sencilla de que huele a gloria bendita, una jarra de vino de sospechosa higiene pero sabor áspero y delicioso, otra de cerveza,  pan, alioli y unas quisquillas a la plancha con limón y pimienta de aperitivo que están de infarto. Luego nos trae un plato con embutido, mientras sigue la conversación y la preparación de la soberbia bandeja de pescados raros que nos trae a continuación. Dios mío qué cosa tan rica.

Pasamos unas tres horas en el bar de Floren, tres de las horas más deliciosas que he pasado en mi vida. Después de comer, Amparo, la mujer de Floren, cocinera, amiga de Isabela, se sienta en nuestra mesa. Amparo tiene unos 60 años y nos habla de sus cosas y sus cosas son insignificantes e importantes al mismo tiempo y es genial ver como el Floren, que no ha parado de atender las mesas, le trae a su mujer un cariñoso café con un bombón y la besa en la frente sudada y se va tras la barra a fregar los platos.

-.-

Vamos caminando hacia la casa de Isabela, porque no hay acceso por carretera. Ni siquiera un camino que un coche pueda afrontar. Me pregunto cómo se las arreglará cuando tenga que llevar cosas pesadas, hasta que llegamos a su casa y veo el precioso burro gris que remolonea por detrás de la casa. La casa de Isabela es sencilla, pero muy bonita. Muy de señora de su casa.Cómoda, razonable. Piedra, madera, barro, todo combinado de forma graciosa y práctica y nos sentamos en un porche desde el que vemos el magnífico acantilado que, estando hace un minuto en la playa, no sé de dónde ha salido; y nos sirve un café, ofreciéndonos también algo para desinfectar, un resto, sin duda, de sus días de ciudad. No sé lo que le echa finalmente al café, pero está endemoniadamente bueno y yo, endemoniadamente colocado.

Hablamos y es todo muy natural y relajado. Yo no termino de creerme estas movidas, pero ella me entiende, y yo entiendo a Selena y su entusiasmo por el renacer artístico y pastoril de una letrada de asfalto. Aunque Selena muestra su entusiasmo con un silencio que no sé muy bien cómo interpretar.

- Selena, ¿vas a permanecer en silencio...?
- A veces, el silencio habla - dice Isabela y Selena, que parece extrañamente ausente, sigue callada.

Pero yo estoy con la cabeza un poco ida, y además, la obra de Isabela es soprendentemente agradable de mirar: caballos blancos por doquier, paisajes ajenos al entorno (montañas verdes y oscuras) y formatos tirando a grandes. Anoto mentalmente que tengo que volver con mi coche para llevarme uno de sus cuadros, porque no entiendo una palabra de arte, pero me gustan sus caballos y sus hojas verdes y oscuras.

El atardecer asoma e Isabela nos invita a dar un paseo mientras ella prepara la cena. Insiste en que nos quedemos a cenar y a dormir, pero que "hagamos el favor de dajarla sola un rato" y que nos vayamos a dar una vuelta.

-.-

Sé que camino junto a Selena porque la oigo hablar y me cuenta cosas preciosas acerca de su relación con algunos amigos y con algunos miembros de su familia. En condiciones normales, me parecería un rollo patatero, y estaría deseando que se callase para comerle la boca. Pero Isabela y el Cabo de Gata, y el amor de Floren por Amparo y su frente sudada, la tarde ardiendo al otro lado del mar y los caballos blancos me han dejado esta tarde más blandito que de costumbre.

En un momento dado, ella se detiene y de nuevo, como si fuera la cosa más natural, nos besamos. Estamos en mitad de ninguna parte, sin gente ni nada alrededor que no sea el cielo ardiente del atardecer. Sin dejar de besarnos, caemos sobre las piedras cálidas, con cuidado, porque estoy un poco pedo, pero no insensible, y hacemos el amor. Ella se funde con las rocas lisas y calentadas por el sol así que yo entro más y un poco más en ella y cuando la consciencia parece que me va a abandonar, ella ya no está y yo estoy acostado con las piedras, a quienes entrego, un poco alucinado, mi semillita despistada.

Me cuesta un rato levantarme, recomponer mi triste figura, preguntarme dónde está Selena, preguntándome si es posible que acabe de follarme una piedra y en este estado de confusión, al volver a la casa de Isabela, ésta me recibe con un papelito escrito por Selena que leo con atención:
El atardecer me entusiasma y he decidido pasear por el acantilado. Miro al horizonte y, sumergida en mi mundo de fantasía y atrevimiento, resbalo con unas piedrecillas que me hacen caer al mar. Ahora seré marina, y disfrutaré de conversaciones con las piedras y, para mi sorpresa, con todo aquello que encierra ese otro mundo nuevo que yo antes desconocía. En este mundo, Wolfillo, querido, no tienes cabida tú.



Espero que me entiendas y lo respetes. (Es cierto que el silencio habla)

Y aquí estoy yo, con cara de tonto. Otra vez.





Hablando con las piedras (epílogo)



Hace unos días, por razones de trabajo, volví a Almería, o cerca de Almería, más bien, porque recalé en Roquetas de Mar. Trabajo para un grupo de inversión que, en plena crisis, compró un montón de promociones inmobiliarias a precio de risa y ahora las vamos colocando, aun a buen precio, pero con jugosos beneficios.

Mi trabajo es sencillo, pero crucial: fotografío la promoción, el entorno, le pongo un nombre evocador y diseño la campaña de comunicación, presentando el asunto como si fuera la última oportunidad de tu vida de ser feliz en el paraíso, porque todas las promociones, estén donde estén, son, invariablemente, El Paraíso. Puedes creerlo o no, pero funciona.

No es que me pillara de paso, pero me acerqué a la Fabriquilla por pura curiosidad. No había vuelto desde mi episodio con Selena y supuse que 3 años eran tiempo más que suficiente como cuarentena, o margen de seguridad.

El Jipi Perdío no estaba ya, y en su lugar había otro bar que parecía lo mismo: garito de urbanita intentando parecer del lugar de toda la vida. Ni siquiera entré. Recordaba, aunque vagamente, el sitio al que nos llevó Isabela, el bar de Floren y Amparo y allí dirigí mis pasos, más dubitativos a medida que me acercaba y veía lo cambiado que estaba todo. Ni Floren ni Amparo, naturalmente, se acuerdan de mí, pero en un rincón está Isabela, metida hasta las cachas en la lectura de un libro. Me acerco a ella y, no diré que se alegra de verme, pero parece reconocerme y esboza una sonrisilla.

- Isabela...
- ¡Anda...! el piriodista escéptico... el de las preguntas incómodas - dijo con una sonrisa abierta y simpática - ¿qué tal va todo?

Estuvimos hablando un buen rato y bueno, Isabela seguía siendo la misma encantadora mujer, con un punto excéntrico, que recordaba. Hablar con ella es siempre agradable y te hace sentir bien. Me llevó un buen rato, mis buenos 20 minutos, preguntarle lo que realmente quería preguntar.
- ¿Sabes algo de Selena, la ves habitualmente...? - ella sonrió sobre su sonrisa establecida, o sea que cambió de sonrisa. Si la que reinaba hasta ese momento era su sonrisa de qué bien lo estamos pasando, ahora me regalo una sonrisa de ya era hora.
- Así que has venido a ver a Selena, ¿eh...? - no digo que no sea un tío simplón, primario, seguramente lo soy, pero en según qué asuntos, no me gusta que los demás (las demás) lo adviertan espontáneamente. Llevo años cultivando una imagen no exactamente sofisticada, pero sí un poco de hombre modernillo, socialdemócrata, como si dijéramos, sensible y todo ese rollo. Pero bueno, en según qué  situaciones... no cuela.
- Sí... he venido a eso.

-.-

Isabela me llevó a su casa y me invitó a un té alucinante. Me contó cómo estaban las cosas y me acompañó al acantilado mientras me preparaba para lo que me encontraría a continuación.

Selena.

Ahí la tienes, ahí la tengo. Ha engordado un poco. Me gusta.
Hablamos de muchas cosas. Está distante. Selena nunca ha estado cerca de mí, en realidad.
Profundamente, quiero decir. Se acerca a mí cíclicamente, de forma superficial. Pero yo no formo parte de ella, de su vida, de su camino. Soy como una gasolinera en la vía de servicio a la que, a veces, entra a repostar, si viaja sola, y si le apetece. Me paga en efectivo, no pide ticket y no quiere dejar huella. Ni siquiera saluda. Simplemente viene y me deja que rellene su depósito. Deja que me vacíe en ella. Hace de su repostaje un paréntesis y sigue sus camino, pero a mí me deja al margen, mirando como un tonto en la cuneta, esperando a que vuelva al día siguiente. Pero nunca vuelve. Bueno, volverá, si quiere. Pero yo no tengo opinión en eso. Vendrá, si quiere y volverá a repostar y tendremos otra remenbranza. Para ser justos, la remembranza será mía, ella simplemente ha llenado su depósito de vanidad, de ego o de cariño, no sé muy bien lo que busca en mí, y seguirá su camino sin recordar si quiera la marca de la gasolinera que acaba de dejar.

Estamos juntos un rato, pero apenas intercambiamos una docena de frases. Es raro, pero nos sentimos incomodísimos uno al lado del otro. Yo no sé muy bien qué decir, pero su problema parece ser que ella preferiría no estar conmigo. Siempre me pareció un poco alocada y egotrípica, pero esencialmente buena. Ahora me parece descubrir que su caráter es un poco más salvaje, más asilvestrado y es capaz de morder... no, mejor, es capaz de arañar, de sacar las garras. Más gata que perro. No la ves venir. Selena. Es lo que quiero, y lo que odio. Es un sueño y, muchas veces, mi pesadilla.

Vive allí. En una cabaña preciosa. Moderna y eso. No es jipi ni nada, sigue trabajando para la revista, pero escribe desde allí. Vamos caminando, esquivando piedras, cuando pasamos por delante de su casa; me parece ver a alguien en la casa. Le pregunto con la mirada.

- Es Benny, me ayuda a configurar todo, viene una semana cada trimestre y me deja todo funcionando - Benny Vidal, su amiguito del alma. Pase lo que pase, la vida sigue. No sé cómo no me doy cuenta de eso: la vida sigue al margen de mí. No soy el centro del universo - ¿Quieres entrar y le saludas? - dice ella.
- No, Selena... claro que no. Entra tú - ella no me contesta, pero parece aliviada - Yo sigo allí, ya sabes...
- ¿Dónde...?
- A un lado del camino, hablando con las piedras.

Selena se va.

Y será poético. Será evocador. Será un sueño. Pero os juro por lo que más queráis, que a mí, las piedras, no me dicen ni pío.

Me falta corazón.